En una tarde cualquiera en una casa con niños lo normal es que los hermanos se peleen, por un juguete, por un libro, por un trozo de chocolate o incluso por el turno de palabra.
En una tarde cualquiera en una casa con niños lo normal es que la mamá o el papá estén presentes en la discusión o la oigan desde el cuarto contiguo, procesen rápidamente de qué va la cosa y dicten la solución que les parezca más salomónica para poner fin al conflicto.
En una discusión cualquiera de una tarde cualquiera nuestra manera natural de comportarnos es actuar como jueces. “Fulanito se queda con este juguete y Menganito con este otro”; “Primero habla Fulanito y luego Menganito”, “Os habéis quedado todos sin chocolate hoy” “Como no dejéis de pelear os quedáis sin i-pad una semana”. Es la herencia que, junto con un complejo sistema de leyes, nos dejaron nuestros antepasados romanos. Como el pater familias o los jueces oímos a las partes en conflicto, practicamos prueba si lo necesitamos y dictamos sentencia con arreglo a la ley vigente en nuestra casa.
El resultado de nuestra intervención en una tarde cualquiera puede que sea, o bien que todos los hermanos acaben enfadados (porque mamá ha castigado a todos) o, en el mejor de los casos, que un hermano resulte contento (el victorioso) y el resto enfadados.
¿Es ese el resultado que verdaderamente perseguíamos? Y en la siguiente discusión, ¿Qué habrán aprendido nuestros hijos para la siguiente discusión? Probablemente nada o, más bien, que hay que discutir más bajito o más lejos de mamá.
Si queremos que nuestros hijos sean capaces de conseguir sus objetivos en la vida al tiempo que respetan y aúnan los intereses de los demás tenemos que enseñarles a negociar. Y cuando decimos negociar no nos referimos a mercadear, ni a regatear ni a salirse siempre con la suya. Nos referimos a ayudarles a desarrollar competencias de negociación win-win (yo gano – tu ganas) y a enseñarles que la mejor negociación es aquella en la que ellos ganan pero sus hermanos también, en la que todos se van contentos porque, aunque han cedido en alguna de sus pretensiones, ven satisfechos sus intereses principales; porque cuando todos se sienten vencedores en una negociación todos respetarán el pacto alcanzado.
Para ello tenemos que tirar la toga de jueces e ir poco a poco convirtiéndonos en mediadores o guías en las negociaciones de nuestros hijos. Y como en la mayoría de los casos, ellos adquirirán esta competencia negociadora poco a poco, practicándola.
¿Cómo podemos actuar de mediadores en los conflictos y enseñarles a negociar?
- Escuchando sus sentimientos: Las discusiones entre hermanos como los conflictos en el trabajo o en la pareja encierran sentimientos. Ya sea la frustración de un hermano porque otro le ha quitado el juguete, la rabia del pequeño porque el mayor se ha comido el último trozo de chocolate o la ira del mediano porque el mayor le ha pegado un puntapié, lo cierto es que cada uno va a la discusión con un sentimiento distinto que tenemos que identificar.
- Poniendo nombre a sus sentimientos: A los niños les cuesta mucho poner nombre a lo que sienten. A veces un simple “veo que estás muy disgustado porque te han roto una página del libro” o “Debe ser muy frustrante haberse quedado sin el último trozo de chocolate” es suficiente para que ellos arranquen solos a hablar y negociar entre sí. Es como si tuviéramos que actuar de narradores de la escena y limitarnos a contar lo que vemos.
- Resumiendo qué es lo que quiere cada uno: Para negociar hay que tener claro nuestros intereses y los del resto de las partes. Los niños tienen que ser capaces de expresar qué es lo que quieren (un trozo mayor de chocolate, jugar con la muñeca del hermano un rato, leer un libro…) y capaces de hacerlo de manera clara y concisa. Y también tienen que aprender a escuchar qué quieren los demás. Para ello les podemos enseñar a concretar, resumiendo sus preferencias y las de los demás. «Parece que querías el libro verde, ¿es así?» o «¿Querías el libro o la muñeca?»
- Haciendo que se arranquen a negociar: Una vez que ha quedado claro cuál es la posición de cada uno hay que arrancarse a negociar. Un simple “¿Y ahora qué hacemos? o un “Vale, veo que Fulanito está disgustado porque le habéis roto su libro ¿Qué podemos hacer?” o “¿Cómo arreglamos esto ahora?” valdrá para que ellos empiecen a buscar soluciones al conflicto. Hay que enseñarles que cuando el jarrón se cae y se rompe hay que empezar por juntar los trozos y pegarlos, no por buscar al culpable y lamentarse.
- Respetando sus acuerdos: Nos parezca bueno o malo el acuerdo alcanzado entre la tribu tenemos que aceptarlo (salvo que el acuerdo lesione la integridad física de alguno de los hermanos o vaya en contra de algún valor fundamental de la familia). Nosotros no somos parte implicada en la negociación y, por lo tanto, para nosotros cualquier acuerdo las partes vean como bueno tiene que ser bueno (y esto por mucho que nos duela que la pequeña de la casa haya aceptado dejar todas sus muñecas a cambio de un viejo libro roto).
Las discusiones entre hermanos en una tarde cualquiera de una casa cualquiera no van a desaparecer. Pero si nos animamos a tirar esa vieja toga de jueces que nos dejaron nuestros antepasados y nos dejamos sorprender por la capacidad innata que tienen los niños para llegar a soluciones imaginativas seguro que a partir de ahora las discusiones son más fructíferas.
PD: Las fotos que hoy hemos elegido son las obras de arte de nuestra tribu tras ver la exposición “Kandinsky: una retrospectiva”, que encontrareis en el Palacio de Cibeles en Madrid hasta el 28 de febrero. La muestra es una maravilla y es muy atractiva para los niños por el colorido. Además, cuenta con unas audioguías especiales para niños geniales. Nuestra recomendación es que les preparéis una pequeña sorpresa a los peques antes de ir y les regaléis un compás, unas reglas y ceras. ¡Kolorinsky (como veréis que cariñosamente le llaman en la audioguía) será el encargado de explicarles la magia del círculo y la línea! ¡Y al salir sólo querrán hacer círculos y más círculos!
¡ Feliz fin de semana!
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