Si tuvieras que elegir para tus hijos entre un prestigioso máster en una de las escuelas de negocios más exitosas y la capacidad para empatizar con los demás ¿Qué elegirías? ¿Eliges lo que parece ser la puerta a un prometedor futuro profesional o la capacidad para sintonizar con los sentimientos de los demás, para detectar y comprender lo que se cuece en su interior aun sin estar de acuerdo con ellos?
Sabes que el máster probablemente les abrirá las puertas a un atractivo empleo, pero también sabes que sin la capacidad para sintonizar con las emociones de los demás difícilmente mantendrán ese exitoso empleo o, en el mejor de los casos, su trayectoria profesional será corta, muy corta.
La gran noticia es que no hay que elegir. Los expertos han demostrado algo que en nuestros trabajos y en nuestra vida personal ya intuíamos: que no existe relación entre la empatía y el coeficiente intelectual. Que la empatía se aprende.
¿No os parece eso fantástico? Podemos aprender a ponernos en la piel de los demás como aprendemos a jugar al basket o entrenamos cualquier otra cosa en la vida: practicando, ensayando, equivocándonos y aprendiendo de los errores.
¿Qué es lo que tenemos que entrenar para desarrollar nuestro músculo de la empatía?
La base de la empatía es el autoconocimiento. Conocer nuestras emociones y tener un registro emocional fluido es la base para captar las emociones de otros. Esto, que parece muy fácil, es bastante complicado si tenemos en cuenta que nuestro vocabulario en cocina es bastante más amplio que nuestro vocabulario emocional. ¿No os ha dicho alguna vez vuestra pareja “¿qué te pasa?” y le habéis respondido un “estoy triste” cuando en realidad dudáis si realmente estáis tristes o más bien enfadados, estresados, cansados o yo que sé qué? De pequeños nos enseñaron cuáles eran los colores primarios y qué pasaba si los mezclabas, pero nadie nos contó cuáles eran las emociones básicas o qué pasaba cuando las mezclabas y a veces no sabemos ni de qué color estamos.
La otra pata el entrenamiento está en la capacidad para captar los mensajes no verbales de los demás, que es el segundo pilar sobre el que se apoya la empatía.
El 90% de los mensajes que emitimos son no verbales. Nuestros gestos, nuestro tono de voz, el movimiento de nuestras manos, nuestra respiración, dicen de lo que pensamos que el mensaje que realmente estamos transmitiendo. ¿Os imagináis qué regalo para la vida supone ser capaz de prestar atención e interpretar esos mensajes no verbales de los demás? Darse cuenta de las emociones que ese día trae el profesor a clase, de las que rodean a ese cliente con el que estamos intentando cerrar un trato, de las que esconde ese quinceañero que nos espera tirado de mala gana en el sofá de casa, etc.
Este verano estamos decididos a entrenar en familia nuestro músculo de la empatía con juegos sencillos que nos ayuden a reconocer nuestras emociones, a ganar en repertorio emocional y a poner poco a poco el foco en los demás. Hoy os dejamos dos ejercicios muy caseritos y simples con los que trabajar esta capacidad con vuestros hijos. Como siempre, ya sabéis que lo mejor es que los aderecéis o los “tuneeis” como mejor se adapten a vuestra familia.
DADO EMOCIONAL: Con este ejercicio podréis trabajar las dos caras de la empatía, identificar vuestros sentimientos y los de los demás.
En un dado (el nuestro es un dado muy chulo de progapanda pero podéis utilizar cualquier cubilete tipo “rubick”) hemos dibujado la representación de las 5 emociones básicas: ALEGRIA, TRISTEZA, MIEDO, ENFADO y ASCO (Os acordaréis porque son las emociones protagonistas de la peli de Disney DEL REVÉS). En el último lado del dado hemos escrito “Elige otra”.
Cuando nos toca el turno tenemos que acordarnos de una situación en la que hemos sentido la emoción que nos ha salido en el dado. Si nos sale la cara “Elige otra” elegimos otra de las emociones que nos sepamos (Decepción, vergüenza, nerviosismo, esperanza, sorpresa, etc) y recordaremos el momento en el que la sentimos (aquí es donde poco a poco iremos ganando riqueza en el vocabulario).
Para que poco a poco se vayan fijando en el “otro” a veces versionamos un poco el ejercicio y cuando nos toca el turno de dado jugamos a adivinar en qué situación creemos que ha sentido otra persona esa emoción. ¿Te acuerdas de algún momento en que M. pareciese tener miedo? ¿Algún momento en que tu profesora estuviese enfadada? ¿Alguna situación en la que tu amigo F. estuviese alegre?.
SIN HABLARNOS. Nuestro segundo ejercicio es tan fácil como realizar cualquier trabajo de equipo que se os ocurra en absoluto silencio. ¡Veréis como los resultados os sorprenden incluso a los mayores!
Probad con tareas que los niños tengan dominadas, para no generar ansiedad sobre la tarea. A nosotros nos gusta practicarlo poniendo la mesa o recogiendo su cuarto. Al probarlo percibiréis de inmediato cómo aumenta el contacto visual con vuestros hijos y como sus gestos dicen mucho más de lo que generalmente escuchamos. Un ejercicio potentísimo, de verdad.
Esperamos que disfrutéis mucho de estos dos ejercicios y, ya sabéis, si vosotros tenéis algún otro ejercicio para desarrollar la empatía en los niños, nos encantará conocerlo.
¡Feliz fin de semana!
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